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 La regla de oro del educador Marista.

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MensajeTema: La regla de oro del educador Marista.   La regla de oro del educador Marista. EmptyJue Jul 24, 2008 8:37 am

La “Regla de Oro” del Educador Marista.
Para educar a los niños hay que amarlos. Y amarlos a todos por igual. Amar a los niños es entregarse totalmente a su educación, adoptar todos los medios que un celo ingenioso pueda sugerir para formarlos en la virtud y la piedad.
Vida, XXIII, p. 550

Intenso amor a su profesión y a los niños.
Para desempeñar con acierto la noble función de pedagogo, es preciso estimarla y amar a los niños. Hay que empeñar, en el cumplimiento del deber, la propia existencia, la mente, el corazón, toda la actividad, la vida entera. No admite componendas, reparos ni divisiones. Todos los afectos, todos los afanes del maestro han de dirigirse a sus alumnos. Si no hace más que cumplir con ese oficio, a falta de otro mejor; si no se encariña con sus funciones y sus alumnos; si no se entrega totalmente a su educación, nada bueno podrá hacer.
La educación no consiste en la disciplina ni en la enseñanza; no se da mediante cursos de urbanidad, ni siquiera de religión; se transmite a través de las relaciones cotidianas, continuas, entre profesores y alumnos; de los avisos y consejos personales, los reproches y alientos, las lecciones tan diversas a que dan lugar esas relaciones ininterrumpidas.
Mas para cultivar así individualmente a esas almas jóvenes, con la solicitud que reclaman sus necesidades y flaquezas, se necesita amar a los niños. Cuanto más se les ama, tanto más se hace por ellos, tanto menos cuesta su educación y mayores son las garantías de éxito. ¿Por qué? Porque las palabras y las acciones inspiradas por un afecto de buena ley, llevan consigo una virtud especial, sutil, irresistible. El maestro que ama, puede dar avisos y consejos; el amor que revelan sus palabras les da gracia y fuerza especial, se aceptan sus moniciones como prendas de amistad y se siguen dócilmente sus consejos. El maestro que ama, puede hacer reproches y aplicar penitencias; dentro de su severidad no se advierte prevención ni rigor excesivo; de modo que al alumno le duele más haber apenado a un maestro del que se siente amado, que el castigo que ha sabido merecer.
Amad, pues, a vuestros alumnos, no ceséis en la lucha contra la indiferencia, el cansancio y los sinsabores que sus faltas provocan tan fácilmente. Sin que os desentendáis de sus faltas, que a menudo habréis de castigar, pensad también en todas las buenas cualidades que tienen vuestros muchachos: mirad la inocencia que brilla en su rostro y en su frente serena, ved con qué ingenuidad confiesan las faltas, la sinceridad de su arrepentimiento aunque no dure mucho, la franqueza de sus propósitos aun cuando falten a ellos casi inmediatamente; la generosidad de sus esfuerzos aunque rara vez los prolonguen. Daos por satisfechos con el poco bien que hacen y el mucho mal que dejan de hacer. Y, pórtense como se porten, seguid amándolos mientras estén con vosotros, ya que no hay otra manera de trabajar con provecho en su educación.
Amadlos a todos por igual: no haya proscritos ni favoritos; o más bien, siéntanse todos favorecidos y privilegiados por recibir testimonios individuales de vuestro afecto. ¿Quién os ha confiado esos niños? Dios y la familia de cada uno de ellos. Pues bien Dios es todo amor para el hombre, y todo el que gobierna en su nombre, ha de imitar su providencia y compartir su amor. Referente a los padres de los niños, ¿quién ignora que el corazón de un padre o de una madre es una inextinguible hoguera de amor? En nombre de Dios y de las familias, amad pues, a esos niños: sólo entonces seréis dignos y capaces de educarlos.
ALS, XLI, p. 395

De todas las lecciones que podéis y debéis dar a los alumnos, la primera, la principal, que es a la vez la más meritoria y la más eficaz para ellos, es el buen ejemplo. La instrucción penetra más fácilmente y se graba más hondamente por la vista que por el oído.
ALS, XLI, p. 388

5.3 Presencia entre los jóvenes.
Muy queridos Hermanos, Bartolomé y colaborador:
Me he alegrado mucho al tener noticias suyas. Estoy muy contento de saber que están bien de salud. Sé también que tienen gran número de niños, o sea, que tendrán un gran número de imitadores de sus virtudes, porque sus niños se formarán según sean ustedes, según sean sus ejemplos así ajustarán ellos su conducta. ¡Qué importante es su trabajo y qué sublime! Están continuamente con aquéllos de los que Jesús hacía sus delicias, ya que prohibía expresamente a sus discípulos impedir a los niños acercarse a él. Y ustedes, mi querido amigo, no solamente no quieren impedírselo, sino que hacen todo lo posible para llevarlos a él . Oh, qué bien recibidos serán por este divino maestro. Digan a sus niños que Jesús y María los quieren mucho a todos: a los que son buenos por que se parecen a Jesucristo, que es infinitamente bueno, a los que aún no lo son, porque llegarán a serlo. Que la Santísima Virgen los quiere también, porque es la Madre de todos los niños que están en nuestras escuelas. Díganles asimismo que yo los quiero mucho, que nunca subo al santo altar sin pensar en ustedes y en sus queridos niños. ¡Cuánto me gustaría tener la dicha de enseñar, de consagrar de una manera más directa mis desvelos en formar a estos tiernos niños!
Todas las demás escuelas van bien. Recen por mí y toda la casa.
Tengo el honor de ser su afectísimo padre en Jesús y María.
Champagnat, Sup. de los Hnos.
Carta 14
5.4 Cercanos a los jóvenes y a su mundo.
Vamos al encuentro de los jóvenes allí donde están. Somos audaces para penetrar en ambientes quizá inexplorados, donde la espera de Cristo se manifiesta en la pobreza material y espiritual.
Constituciones, 83
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