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 La Santísima Virgen en la vida de San Marcelino I

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MensajeTema: La Santísima Virgen en la vida de San Marcelino I   La Santísima Virgen en la vida de San Marcelino I EmptyJue Jul 24, 2008 8:59 am

Devoción externa

Me refiero aquí a todas esas prácticas que su biógrafo, y muchos otros después, han desarrollado ampliamente: prácticas devocionales que fijó para sí mismo y sus discípulos. Esas prácticas no son nada originales. Son, por una parte, eco de la devoción popular vivida en su familia y en su parroquia natal y después, lo que el reglamento del Seminario proponía. En un seminario sulpiciano, por ejemplo, "no hay actividad que no empiece por una actividad mariana y casi todas concluyen con el Sub tuum praesidium. Cada día se reza el rosario en. comunidad para honrar a María en .sus diversos misterios y se celebran sus fiestas con la mayor solenidad posible... El mes de ayo le esta consagrado de modo particular (J.H.Icard Tradiciones del Seminario de S. Sulpicio, p. 266) ¿Cómo imaginar que M. Champagnat no conociera la vida de M. Olier y que, como seminarista responsable, no hubiera intentado tomar como modelo al fundador de los seminaristas sulpicianos? Éste consideraba a "la santísima Virgen como inspiradora, única y verdadera superiora y base del seminario de San Sulpicio". (ibid p. 265)

Con estos materiales, M. Champagnat pone los cimientos definitivos de su vida mariana. No busquemos en otros lugares la inspiración de ciertas prácticas o las ideas que propondrá más tarde a sus Hermanos para que centren su vida en María. Algunas situaciones comprometidas le sugirieron añadir talo cual plegaria, como la Salve Regina por la noche, de estilo monacal, o por la mañana, que se convirtió pronto en una tradición, aunque puede dar la impresión de robarle a Dios las primicias del nuevo día.

La práctica de las novenas, dirigidas casi todas a Maria, ocupa sin duda un lugar importante en la devoción del Fundador. Ésta era ciertamente una costumbre de las parroquias de su época, pero la frecuencia con la que insiste es una prueba de su fervor personal y de sus deseo de facilitar la práctica de la devoción mariana a personas sencillas y, generalmente, muy atareadas. Más que oraciones largas y rebuscadas, lo que esta gente necesita son fórmulas sencillas, fáciles de recordar, siempre al alcance cuando el corazón se ve asaltado por algún sufrimiento.

Está claro que, para M. Champagnat, todo esto no son sino manifestaciones externas de una actitud más profunda que nos lleva a vivir la confianza en María con sencillez, familiaridad, como un niño en relación con su madre.

Presencia de María

No hay duda de que Marcelino Champagnat vivía una devoción mariana de esta naturaleza. Basta hojear sus cartas para darse cuenta de la familiaridad que existe en su trato con María. La carta del 20 de julio de 1839, doc, 259, nos da el tono general: "Aparte de lo que podemos decir a Jesús, ¿qué no tendremos derecho a decir a María?... Dile pues a María que el honor de su sociedad exige que te conserve casto como un ángel". Nótese que el autor escribe a menos de un ano de su muerte y que el destinatario es un hermano joven hostigado por la tentación. Ocho anos antes, el 4 de febrero de 1831, animando al H. Antonio, utiliza una expresión un tanto chocante: "Después de haber hecho todo lo posible, dile a María que peor para ella si sus asuntos no van bien". De un tono parecido son las expresiones "nuestra buena Madre, "nuestra Madre común" repetidas tantas veces en sus cartas. Nada parece obstaculizar sus relaciones con María. Y cuanto más cercano se siente a ella, más nota su presencia, como si fuera una persona viva.

No se trata de la presencia de quien espera honores y alabanzas, sino de una presencia activa; no de quien viene con regalos o a deslumbrar con manifestaciones extraordinarias o milagrosas, sino una presencia que ofrece colaboración, que no nos dispensa de actuar y de hacer lo posible por acertar y por implorar su ayuda. "María, nuestra Madre común, te echará una mano" promete al H. Antonio en relación con el H. Moisés. Y durante sus gestiones en París para obtener la autorización legal de su obra, escribe: "Con la ayuda de María moveremos cielo y tierra" (al H. Francisco, 20 de Mayo de 1838, LPC, p. 390)

Esta frase no debe hacernos pensar que considera a María a su servicio; al contrario, su función es servir, estar a su servicio, no ser más que su siervo. "Sabes que soy tu esclavo" (Vida p. 20), le dice a María en sus resoluciones de 1815. No tiene esto nada que ver con la espiritualidad de Grignon de Montfort cuyo "Tratado de la verdadera devoción" no había sido publicado todavía; es más bien fruto de la formación del Seminario mayor dirigido por el sulpiciano Gardette. ¿Cómo imaginar que M. Champagnat no conociera la vida de M. Olier y que, como seminarista responsable, no hubiera intentado tomar como modelo al fundador de los seminaristas sulpicianos? Éste consideraba a "la santísima Virgen como inspiradora, única y verdadera superiora y base del seminario de San Sulpicio" (ibid p. 265). En efecto, sabemos que este último pretendía que los planos del seminario, de cuya construcción estaba encargado, le habían sido inspirados por la Santísima Virgen. Por eso consideraba ese edificio como "la obra de María" quien debía ser" consejera, superiora, tesorera, reina y todo" (ibid. p. 265)

Cuando el constructor de la casa de Nuestra Señora del Hermitage habla sin cesar de la "obra de María" ¿no son sus palabras un eco de las del gran sulpiciano? el matiz objetivo que separa una obra material de una obra orgánica resulta aquí más aparente que real pues, al hablar de "obra" M. Olier no alude sólo al edificio sino a la vida cuyo funcionamiento normal está animado por esa estructura. Tanto de un punto de vista como del otro, lo que se evoca es la acción concreta de María entre sus fieles.

Para M. Champagnat esta acción resulta evidente: lo muestra la insistencia con la que habla de ello. Hay cinco cartas en las que la palabra "obra" se repite nueve veces sin ninguna connotación (doc. 6, tres veces; doc 11, dos veces; doc. 44, dos veces; doc. 45a y 45b). Otras tres cartas hablan explícitamente de la "obra de María". Esta expresión se refiere sobre todo al conjunto de la Sociedad de María. Cuando M. Champagnat escribe que el Sr Courveille hubiera podido provocar la ruina de la "obra si la divina María no la hubiera sostenido con toda la fuerza de su brazo", (doc. 30, p.84) alude concretamente a la Sociedad de María. ¿Quiere esto decir que excluye a la congregación de los Hermanos, como parece deducirse de la frase que escribe al Sr Cattet (doc. 11, p. 46): "La sociedad de los Hermanos no puede ser verdaderamente considerada como la obra de María sino sólo como una rama posterior de esa sociedad?" al precisar que la intervención de María va orientada hacia los Padres y no a los Hermanos, que no están viviendo dificultades de ese tipo, no quiere decir que María no intervenga en favor de éstos sino que sustituye desafortunadamente la expresión "obra de María" por "Sociedad de María". En la carta de agradecimiento al Sr Dumas, párroco de St-Martin-la-Sauveté, por el envío de un postulante, su pensamiento no se presta a equívocos: "Le agradezco también -dice- el interés que muestra por la obra de María (doc.142, p.282). Aún más explícita es esta frase de la carta al H. Hilarión: "Digámosle a María que su obra es mucho mejor que la nuestra" (doc. 181, p. 368)

Esta afirmación merece además una atención particular pues hace una distinción entre la acción de María y la nuestra. Puestas en paralelo, esta dos actividades apuntan a la misma obra y de hecho están subordinadas una a otra; así lo sugiere la frase que precede: "tengamos firme confianza y oremos sin cesar: ¿qué no consigue la oración fervorosa y perseverante?" Concluimos pues que, en este caso, M. Champagnat colabora: con los planes de María. Esta idea de ser el instrumento del que María se sirve para realizar su obra es una convicción hondamente arraigada en su corazón. No surge en esta época (1838) sino que data del momento en que se concibió la obra de la Sociedad de María. Parece que este proyecto había nacido de una inspiración recibida por el Sr Courveille en la basílica del Puy. Cuando, a fuerza de insistir para que también haya una rama de Hermanos, el grupo encarga a M. Champagnat quien recibe esta misión como venida del cielo. Aunque sus compañeros tengan luego dudas sobre el éxito, dada la limitación de los medios a su alcance, él, por el contrario, reconoce su indigencia, se dirige a Dios y se pone a su servicio: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad" (vida, p. 160) En esta relación María no está ausente. M. Champagnat, aunque nunca lo explicita, parece darle un papel intermedio entre el hombre y Dios. Así parece desprenderse de esta frase dirigida al primer miembro del Instituto: "¡Ánimo! Dios te bendecirá y la Santísima Virgen te traerá compañeros. (ibid. p. 162)

Este papel atribuido a María en la obra del Instituto sólo lo tenía entonces a nivel de ideas. Pronto una serie de acontecimientos lo irán grabando en su ser y en su actuar con una certeza indestructible. El primero es la llegada de ocho postulantes que considera enviados por María, después de muchas oraciones y novenas. "No me atrevo a decir que no a los que se presentan, pues los considero enviados por María", escribirá más tarde a Mons. de Pins (doc. 56, p. 140) Luego viene la construcción de la casa del Hermitage que finalizó sin accidentes personales ni agobios económicos.
También fue María quien';~ respuesta a su súplica ferviente, le salvó de la muerte una noche invernal cuando, por temeridad, estuvo a punto de perecer en la nieve, preservando a la congregación, por el mismo hecho, de la ruina segura. Igualmente, dos veces al menos se retiraron las amenazas de supresión de la congregación por parte de la curia diocesana. Y, finalmente, el éxito de un proyecto en el que la osadía pasaba por encima de la prudencia humana justificada, dada la pobreza de medios con que contaba. "(No es un milagro -dice- que Dios se haya servido de tales hombres para empezar esta obra? Para mí es un prodigio que muestra a las claras que esta comunidad es obra suya" (Vida p. 408)

Estas palabras no son un texto de literatura piados a ni hay que considerar las como un acto deliberado de humildad pues llevan el peso del recuerdo de experiencias vividas con todo tipo de dificultades. Y si la obra logró salir a flote fue por la intervención del cielo. De esta constatación surge una consecuencia lógica: la confianza plena en María, el reflejo de recurrir siempre a ella, la recomendación insistente en hacer lo mismo en los menores detalles.
Va incluso más lejos poniendo en manos de María toda su obra, su actividad de cada instante y su misma persona, contentándose con ser un instrumento. De ahí la conclusión que expresa en su lecho de muerte: El hombre es sólo un instrumento, o mejor no es nada. Dios lo hace todo" (Vida p. 232) Sin embargo, según la continua experiencia de fe de M. Champagnat, Dios quiere pasar por María y por eso hace suyo el lema "Todo a Jesús por María y Todo a María para Jesús", una expresión que no es original suya, pero que impregna profundamente su pensamiento.


Imitación de María

No acaba aquí su relación mariana. Si la obra está en manos de María, el instrumento del que ella se sirve será tanto más eficaz cuanto más se adapte a ella. Ciertamente M. Champagnat no concibe la necesidad de imitar a María siguiendo ese razonamiento. Muchos autores espirituales antes que él habían recomendado tal práctica. Pero es probable, no obstante, que sus relaciones frecuentes con María hayan justificado y fortalecido sus convicciones al respecto.

AI recorrer los diferentes textos del Fundador, no tanto las citas literales sino intentando captar el eco interior de esas palabras, podemos descubrir algo de su personalidad. Se nos desvela un hombre cada vez más consciente de sus limitaciones, comprometido en una aventura que excede a sus capacidades naturales pero que está convencido del acierto gracias a circunstancias exteriores.
Su corazón es sincero cuando no se atribuye la gloria a sí mismo sino a ella, cuyo auxilio ha implorado siempre y cuya inspiración ha seguido lo más fielmente posible. ¿Qué le queda ya por hacer sino poner toda su persona a un servido cada vez más desinteresado? Así, sintiéndose servidor, se ve en la misma actitud que ella, la sierva del Señor. Como la Virgen de la Anunciación toda su razón de ser es convertirse en instrumento que Dios quiere utilizar para completar lo que falta a la obra de la Redención (Cfr. Col. 1,24)

De este modo María se le ofrece con una nueva perspectiva: como modelo, como luz que alumbra su ruta. Por eso el tema de la imitación de María se repite frecuentemente, como sabemos, en sus pláticas. Este aspecto de su devoción mariana goza de un especial aprecio como condición de eficacia para el tipo de apostolado propio de su congregación.

Esta manera de presentar la imitación de María, como en general toda la devoción mariana de M. Champagnat, no coincide totalmente con su biógrafo. Para el H. Juan Bautista, el Fundador consideraba la imitación de María como el "complemento del culto dado a María", como algo que "hay que añadir a las prácticas establecidas en el Instituto para honrar a la Madre de Dios" (Vida p. 347)

El desacuerdo está sobre todo, en la manera de entender el vocablo "devoción". Para San Francisco de Sales, "la devoción no añade nada, por así decir, al fuego de la caridad; es como la llama que mantiene la caridad despierta, activa, diligente..." (Introducción a la vida devota, final del capo 1).
Sería como un estímulo que se traduce en prácticas: devociones, oraciones. el H. Juan Bautista entiende la devoción en este sentido. Aquí, por el contrario hay que entender la devoción en su acepción más amplia, que nos sugiere el lugar que ocupa María en la vida de M. Champagnat.
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