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 Entre los jóvenes especialmente los más desatendidos

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MensajeTema: Entre los jóvenes especialmente los más desatendidos   Entre los jóvenes especialmente los más desatendidos EmptyJue Jul 24, 2008 8:05 am

Entre los jóvenes,
especialmente los más desatendidos.

53. Marcelino Champagnat vivió entre los niños y los jóvenes, los amó entrañablemente, y les dedicó todas sus energías. Como discípulos suyos nosotros también experimentamos una alegría especial al compartir nuestro tiempo y nuestra persona con ellos, nos hacemos eco de sus aspiraciones, sentimos compasión de ellos, y les ayudamos en sus dificultades.

54. De la misma manera que Marcelino, al fundar los Hermanos Maristas, pensaba especialmente en los jóvenes menos favorecidos, nuestra preferencia deben ser los excluídos de la sociedad, y aquellos que, a causa de su pobreza material, sufren carencias en la salud, la vida familiar, la escolarización y educación en valores.

55. Reconocemos en este amor por los jóvenes, especialmente por los pobres, las señas de identidad esenciales de nuestra misión marista.

56. La fidelidad a nuestro carisma nos exige asimismo estar constantemente atentos a las tendencias sociales y culturales que ejercen una profunda influencia en la formación de la conciencia de los jóvenes así como en su bienestar espiritual, emocional, social, y físico.

57. El mundo en el que vivimos se enfrenta a nuevos desafíos: la interpendencia mundial, la vida en el contexto de una sociedad pluralista, la secularización, y la incorporación de nuevas tecnologías. Estos cambios abren nuevos horizontes y –a pesar de las ambigüedades que pueden encerrar- nos ofrecen nuevas posibilidades.

58. Algunas tendencias actuales son una amenaza para la maduración personal de los jóvenes, por ejemplo el ritmo acelerado de los cambios, la cultura del individualismo y el consumismo, la inseguridad en la familia y en la perspectivas de trabajo. Por el contrario, en otras situaciones no se ha producido el cambio necesario: crece la diferencia entre ricos y pobres en un mundo dominado por los intereses creados de los poderosos; el planeta sigue lacerado aún por las guerras. Para muchos jóvenes la realidad cotidiana continúa siendo la desigualdad en las condiciones de vida y en las oportunidades educativas, la experiencia de la violencia personal, el abandono, la explotación y la discriminación de todo tipo.

59. Observamos también signos claros de esperanza: vemos que crece la conciencia de los derechos humanos, incluyendo los derechos de los niños, y los esfuerzos que se realizan para escolarizarlos a todos. Vemos avances extraordinarios en la investigación al servicio de la vida humana, y una responsabilidad cada vez más asumida en favor del medio ambiente; el empeño de aquellos que trabajan por la paz y los que luchan contra la injusticia. Vemos a los pobres y marginados con deseos de implicarse activamente en su liberación y desarrollo, oponiéndose a las estructuras represivas. Vemos a tanta gente, sobre todo los jóvenes, comprometidos en tender puentes de solidaridad entre los pueblos, ofreciendo voluntariamente sus servicios.

60. A través de nuestro contacto individual con los niños y los jóvenes, llegamos a apreciar su idealismo y su necesidad de formar parte de grupos que les motiven y les den una identidad. Sabemos cómo pueden, en sus mejores momentos, ser alegres, entusiastas y sinceros; cómo desean confiar en alguien, colaborar activamente y expresar sus ansias de libertad.

61. Advertimos su profundo sentido de la justicia, su deseo de un mundo más acogedor y su hambre espiritual. Oímos sus gritos pidiendo aceptación y confianza, educación de calidad, esperanza y autenticidad, y búsqueda de sentido. Vemos su mirada puesta en nosotros, examinando nuestra credibilidad como adultos.

62. Sin embargo, a menudo encontramos jóvenes que están desalentados, desorientados, o para quienes la vida es una lucha diaria. Los vemos conviviendo con problemas de aprendizaje, discapacidades personales, falta de aceptación por parte de los compañeros. Vemos a muchos que están alejados de la Iglesia, que desconocen a Jesús, o se muestran indiferentes para con Él y su mensaje. Adivinamos su drama interior cuando son víctimas de la pobreza, de la desintegración familiar, el abuso y los trastornos sociales. Sentimos su frustración cuando, en su confusión, provocan daño y son violentos, o se entregan a distintas formas de comportamiento autodestructivo.

63. Intentamos hacernos presentes entre todos aquellos que están a nuestro cuidado con el espíritu compasivo de Marcelino. Escuchamos atentamente sus palabras: “Sed bondadosos con los niños más pobres, los más ignorantes y los menos dotados; hacedles preguntas y tratad de demostrarles en todo momento que los apreciáis y los queréis tanto más cuanto más carentes se hallan de los bienes de la fortuna y de la naturaleza”.

64. Pero la dura realidad que viven tantos niños y jóvenes nos llama personalmente, y como grupo, a crecer espiritualmente y a dar una respuesta más valiente y decidida, fiel al evangelio y a nuestro carisma.

65. Cuando abrimos nuestros ojos y nuestros corazones para comprender el sufrimiento de los jóvenes, empezamos a compartir la compasión que Dios siente por el mundo. Nuestra fe nos hace ver el rostro de Jesús en los que sufren, y procuramos hacer algo personalmente para aliviarlos. Más aún, sentimos indignación y rabia ante las estructuras que condicionan la pobreza, y empezamos a actuar sobre las causas más que a tratar los síntomas.

66. Con espíritu humilde contemplamos la determinación y la capacidad que tienen los pobres para ayudarse a sí mismos. Oímos la voz de Dios, vemos la mano y el poder de Dios cuando luchan. Quizá podemos sentirnos desilusionados al ver nuestra propia pobreza y la debilidad humana de los necesitados, hasta que aprendemos lo que es la verdadera solidaridad. Juntos, sin hablar más de “nosotros” y “ellos”, reconocemos la causa de los pobres como causa de Dios, y aceptamos que hay aspectos en nosotros y en nuestras situaciones que sólo Dios puede sanar.

67. Nos empeñamos en la transformación, allí donde es necesaria, de nuestras estructuras institucionales y otros campos de apostolado, para llegar de una manera más efectiva a los jóvenes que son verdaderamente vulnerables o que están marginados debido a circunstancias familiares o sociales.

68. Ello nos lleva, especialmente a los Hermanos, incluso a arriesgar algo de nuestra propia seguridad yendo donde nadie más va, hacia la “periferia” y la “frontera”.
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