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 Un corazón sin fronteras VIa

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MensajeTema: Un corazón sin fronteras VIa   Un corazón sin fronteras VIa EmptyJue Jul 24, 2008 1:26 pm

Capítulo VI

Continúa el crecimiento


La revolución de 1830 provocó tensiones entre la Iglesia y el Estado. El terreno de la educación era un constante campo de batalla para las dos instituciones. El viejo asunto de la autorización del Instituto quedó atrapado entre dos fuegos.

En los primeros días de junio de 1830, tanto el fundador como el arzobispo De Pins tenían fundadas esperanzas de que iban a culminar con éxito la larga marcha en busca del reconocimiento legal de los Hermanitos de María. Esas esperanzas cayeron en pedazos cuando las elecciones de diputados, celebradas el mismo mes en medio de proclamas anticlericales, dieron la victoria en la región a los candidatos que se oponían al Rey.

Muchos de los clérigos, entre los que abundaban fervientes realistas, tuvieron miedo y dejaron de llevar ropas talares, tratando de pasar desapercibidos en la medida de lo posible. Marcelino aconsejó a sus hermanos que se mantuvieran apartados de la contienda, que pusieran su confianza en Dios y redoblasen su celo en la educación de los jóvenes y en la instrucción cristiana.

El fundador parecía inamovible en medio de aquella tempestad. En agosto de 1830 admitió a los postulantes en el Instituto y les dio el hábito religioso. Para pedir la protección de María en aquellos momentos de disturbios sociales y políticos, introdujo la Salve Regina como primera oración comunitaria en el comienzo de la jornada de los hermanos. Esa costumbre permanece hasta el día de hoy.

Circunstancias difíciles

El anticlericalismo aumentaba con el paso del tiempo. A pesar de ello, los hermanos continuaron llevando la sotana en público. Esto, unido a la buena disposición que tenía el arzobispo De Pins, conocido realista, hacia Marcelino, provocó rumores en torno al fundador. Empezaron a correr noticias de que el Hermitage estaba repleto de armas, y que los hermanos, dirigidos por un marqués contrarrevolucionario, recibían instrucción militar diariamente. El 31 de julio de 1831, el Procurador de la Corona, acompañado de varios guardias, apareció ante la puerta del Hermitage decidido a llevar a cabo una investigación.

Irrumpieron dentro de la casa hasta toparse con Marcelino que había sido informado de la visita con rapidez. Éste les acompañó personalmente en el reconocimiento, empezando por la bodega y recorriendo todo el edificio. El ardor del procurador se enfrió deprisa, de tal manera que quiso terminar pronto la inspección. Una vez finalizada la pesquisa, el fundador les invitó a él y a los guardias a comer. Ellos aceptaron gustosamente esta muestra de hospitalidad. Al momento de marchar, el caballero se volvió hacia el sacerdote y le dijo: “Le prometo que esta visita va a redundar en bien de ustedes”.

Fiel a su palabra, el informe que redactó el funcionario refutaba los rumores que habían circulado sobre el Hermitage, a la vez que ponderaba la persona de Marcelino y el trabajo de sus hermanos. No cabe duda de que el fundador era un hombre dotado de sentido práctico y de sagacidad política.

Más avances

La Sociedad de María fue creciendo en la archidiócesis de Lyon. El Consejo arzobispal nombró a Marcelino superior del grupo que había en ella, y asignó al padre Jacques Fontbone al Hermitage en calidad de capellán adjunto. Por la misma época, los sacerdotes de las diócesis de Lyon y Belley que se habían asociado al movimiento marista eligieron a Juan Claudio Colin como Superior general de los Padres Maristas.

Marcelino había estado confeccionando una Regla para los hermanos en el transcurso de los años. Desde el principio se utilizaron copias manuscritas cuyo texto se revisaba con cada nueva fundación que se llevaba a cabo. Para redactar la Regla el fundador utilizaba un método de consulta abierta: se invitaba a los hermanos más experimentados entre los veteranos a reflexionar, intercambiar opiniones y hacer aportaciones al contenido. El texto quedó ultimado para su edición en 1837. Todo el proceso seguido en su elaboración puso una vez más de manifiesto el espíritu de colegialidad que animaba a Marcelino y su capacidad para escuchar a los demás y aprender de ellos.

La Regla de Marcelino dotaba a sus discípulos de un marco de vida religiosa. Por ejemplo, en 1836 los hermanos que anteriormente habían hecho sus votos de manera privada profesaron de nuevo en una ceremonia pública. También se pedía a todos, incluidos los superiores, que practicaran algún tipo de trabajo manual. Al editarse en 1837, quedaban regulados otros muchos aspectos de la vida de los Hermanitos de María. Pero regresemos a la historia.

Se recrudece la persecución

Cuando amanecía el año 1831 los instigadores anticlericales arreciaron en sus ataques a la Iglesia. El campo de la educación era un objetivo apropiado. Una orden real llamaba a cumplir el servicio militar a todos los maestros de las escuelas religiosas que carecían de autorización. Si se cumplían estas ordenanzas a rajatabla, el Instituto de Marcelino, que aún no estaba legalizado, iba a resultar seriamente perjudicado.

¿Podría darse una situación peor? Sí. Los funcionarios del gobierno recién destinados en el Loira pusieron en el punto de mira a los hermanos. Escipión Mourgue, el nuevo Prefecto, no se privó de escribir estas cosas: “El Instituto de los Hermanitos de María no merece ningún tipo de respaldo ya que es de todos sabido que sus miembros son de una ignorancia deplorable... En Feurs han desempeñado lo que ellos llaman su enseñanza, aunque yo creo que deberíamos denominarlo garantía de ignorancia asegurada... Francia ha pasado demasiado tiempo inclinándose ante la espada y la cruz”.

Mourgue se subió a la parra más todavía al saber que el pueblo no quería desprenderse de los hermanos y su escuela. Así que arremetió también contra todos ellos. “Me he encontrado con gente estúpida – apostillaba – que quiere que se mantenga ese sistema degradante”. Lo cierto es que aquella “gente estúpida” ya había conocido el colapso educativo que siguió a la Revolución de 1789, y no tenían el menor interés en volver a repetir la experiencia.

Se cierra la escuela de Feurs

Ignorando el sentir del pueblo, el alcalde de la Feurs, de tendencia anticlerical, tomó la decisión de expulsar a los hermanos de la escuela que regentaban allí. A pesar de que Marcelino, por su parte, hizo bastantes concesiones, el alcalde ordenó finalmente a los hermanos que se fuesen.

En aquella amarga circunstancia el fundador escribió: “Veo con resignación la destrucción de la obra de los hermanos, a pesar de que he hecho todos los esfuerzos posibles para salvar esta escuela, cuya fama aumentaba de día en día. He dado indicaciones al director para que devuelvan los muebles, que son propiedad del municipio”.

La carta de Marcelino nos dice mucho acerca de su persona. En marcado contraste con los desvaríos de Escipión Mourgue, el fundador manifiesta dolor, resignación y sentido de la restitución: los hermanos devolverán los muebles que pertenecen al pueblo. No hay amenazas, presagios adversos ni rabia. El tono de serenidad y de paz interior que se trasluce en sus palabras nos sugiere que las pruebas por las que atravesaba estaban purificando su espíritu.
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